por Jorge Raventos.
Con el respaldo y la aprobación del gobierno o al margen de él, parece estar naciendo en el campo de las comunicaciones y la información una red -que luce inorgánica pero está obviamente enlazada por el plexo argumental de sus participantes- que evoca el sistema de propaganda K: repetición de latiguillos, mirada confabulatoria, demonización de las críticas y reduccionismo interpretativo. Cortado por la misma tijera, el mensaje de esa cadena de pregoneros es como el de los trolls de las redes sociales. En este caso, se trata de trolls con rostro humano.
Hasta ha reaparecido en estos procedimientos una palabra –“destituyente”- acuñada una década atrás por los cráneos kirchneristas de Carta Abierta para descalificar la rebelión del campo del año 2008 y aplicada luego a todo planteo opositor o reivindicación social que disgustara al oficialismo de entonces.
Ahora la palabreja es empleada con el mismo propósito denigratorio y con análogo rasero simplificador; aunque los destinatarios sean distintos, funcionalmente son los mismos: para las miradas conspirativas, “destituyentes” son los otros (el otro), los que critican.
Para un sector kirchnerista , la fuerte movilización del campo (apoyada por múltiples sectores) no era un reclamo legítimo sino el intento corporativo de una cúpula privilegiada para imponer intereses rapaces que buscaban debilitar al gobierno y desplazarlo. Para quienes hoy emulan aquel estilo apuntando a otro blanco, si hay piquetes de organizaciones sociales, si paran los maestros, si la CGT se moviliza, es porque “hay un plan de destitución del gobierno constitucional” (sic).
Estos gritos de alarma de pastores mendaces suelen ir acompañados por culpabilización generalizada del peronismo (acusado de “cambiar de piel” cuando corrige conductas anteriores pero de ser “siempre el mismo”), evocaciones de desórdenes políticos de hace cuatro décadas; a continuación, un revisionismo histórico apresurado insinúa que los gobiernos no peronistas (Alfonsín, De la Rúa) no concluyeron sus períodos porque el peronismo no sabe estar fuera del poder”.
Buenos y malos
En rigor, esos balbuceos analíticos, lejos de auspiciar el pluralismo y el diálogo (dos valores positivos reivindicados por el gobierno de Mauricio Macri), confunden adrede peronismo y kirchnerismo y procuran reducir los problemas a una pelea entre buenos y malos y a colocar todo reparo y toda reivindicación singular, como manifestación del Plan Maligno: “ los agentes de Cristina… siguen agitando el cronograma de marchas y protestas …van a terminar de incendiar el país” (sic).
Algunas voces propias del gobierno se suman a la simplificación. Imputan, por ejemplo, las protestas gremiales y los piquetes sociales a “motivos políticos y objetivos electorales”. Detectan la paja en ojo ajeno, pero deberían admitir que las decisiones oficiales parecen guiadas por propósitos análogos. Un distinguido cronista que cubre la Casa Rosada informaba el último viernes que “en medio del conflicto con la CGT y con el peronismo, el presidente Mauricio Macri definió una prioridad para este año: la coalición oficialista Cambiemos deberá ganar las elecciones legislativas del 22 de octubre próximo. Por eso ordenó atenuar y postergar los ajustes del gasto público” .
Según ese cronista, la estrategia de la Casa Rosada consistiría en no aplicar recortes de gasto (público) en el corto plazo: “Hacia fines de año o en 2018 podría hacerse la mayor parte del recorte. Cuando pasen las elecciones”.
Postergar decisiones que el gobierno juzga indispensables para ganar en las urnas es una señal de astucia táctica, más que de desinteresada inocencia, aunque deje un flanco vulnerable que cualquier opositor podría explotar: estaría anunciando que el programa que aplicará el oficialismo si triunfa es el del ajuste que hoy no se atreve a ejecutar.
El gobierno de Macri se desmerece con algunas líneas de razonamiento y aún más, por cierto, con el estímulo a la brigada de condottieri mediáticos. En el seno del oficialismo hay dirigentes lúcidos que intentan visualizar y afrontar problemas reales del país y advierten la complejidad de la situación. Particularmente para una fuerza nueva que llegó al gobierno con apoyo ajeno en el ballotage después de haber perdido la primera vuelta electoral y que no tiene (ni tendrá después de la próxima elección) mayorías propias en el Congreso. Simplificar y poner las cosas en términos de ellos o nosotros, como propone su cadena de divulgadores, es un bumerán político y es dañino para el país, que necesita mirar adelante con soluciones de convergencia. Sería una pena incurrir en alguna forma de “kirchnerismo al revés”.
(*): Especial para LA CAPITAL